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miércoles, 30 de julio de 2008

Vidas que Inspiran: Job

¿Por qué a mí? ¿Qué he hecho para merecer esto?

¡Cuántas veces hemos gemido de esta manera! Como reclamándole al cielo por las dificultades y vicisitudes de nuestra vida. Olvidando frecuentemente que el dolor, el sufrimiento y el pasar trabajo son parte de nuestra condición humana. Sobretodo, nos afectamos más cuando nos consta que nos hemos esforzado por ser “buenos cristianos” y cumplir con nuestros deberes para con nuestra sociedad y con la Iglesia. Entonces, pensamos que lo negativo y difícil pasará de largo y no nos tocará. Más cuando nos llegan las experiencias difíciles: la pérdida del empleo, una enfermedad, un fracaso a nivel personal; o en extremo, la muerte de un familiar, nos sentimos tan desairados, como si Dios nos hubiese abandonado. Erróneamente, consideramos que la bendición de Dios en nuestras vidas se manifestará como “envase de cristal” que no permitirá que experimentemos el mal.

En la sociedad judía se consideran bendición de Dios: la prole, los bienes materiales y la salud, lo cual redunda en larga vida. Si alguna de éstas falta, todos juzgan que ese individuo ha cometido un pecado que bloquea esa bendición divina. Para nosotros, los cristianos, podría parecer irónico, pues Jesucristo, el mismo Hijo de Dios, murió de apenas “33” años, pobre y sin descendencia (sin hijos). Pues bien, ante la cuestión del por qué sufrían los que vivían justamente, es que se escribe el libro de Job.

Job en la Biblia

El libro de Job es uno sapiencial (de sabiduría), el cual explora los misterios de la vida, el sufrimiento y la muerte. “Job” es sensible al dolor y trata de comprenderlo y vivirlo desde la perspectiva de la fe. El mismo relata la historia de un héroe imaginario con el fin de corregir la creencia tradicional de que Dios bendice a los justos con riquezas y castiga a los pecadores con enfermedades, sufrimientos y pobreza. Creencia que comenzó a desarrollarse por el testimonio de fuertes sufrimientos por parte de los judíos exiliados.

¿Quién era “Job”?

Job era un extranjero rico que temía a Dios y lo servía fielmente; evitaba el mal y procuraba que sus hijos se purificaran con frecuencia; sin embargo, padecía fuertemente. Es un modelo para nosotros porque a pesar de sus crisis, no se retira de Dios. En un solo día pierde: ganado, hijos, salud… y hasta su esposa lo maldice. Más siempre permanece firme en su fe a pesar del dolor y el sufrimiento.

Aparecen en el libro cuatro personajes que son “amigos” de Job. Pero éstos tienen la certeza de que sólo un gran pecado cometido por Job explica y justifica la ira de Dios, quien “lo castiga” de tal manera. Y le insisten para que reconozca y se arrepienta de su error. Es cuando comienza el debate de Job con ellos, consigo mismo y con Dios, ya que no visualiza en qué pudo haberle fallado a Quien todo se lo había dado. Y al final reconoce que su verdadero pecado había sido la soberbia.

Job en nuestra vida
En nuestra vida diaria podríamos identificarnos con Job de mil maneras, y hasta seríamos capaces de actuar como él, reclamándole a Dios por nuestros dolores y dificultades. Pero son muchas más las ocasiones en que actuamos como los “amigos” de Job.
Lo hacemos cada vez que vemos a un deambulante. A veces, nuestra cara apunta en sentido contrario, y aseguramos que lo que le sucede a ese individuo es puramente su culpa.

Lo hacemos cuando alguien contrae fuertes enfermedades, si conocemos de alguna falta de esa persona nos atrevemos a asegurar que es puro castigo de Dios. ¡Castigo de Dios! Muchos llegan a decir: “No es que me alegre lo que le sucede, pero eso es castigo de Dios.”

O en ocasiones nos parecemos a quienes juzgaron en el Evangelio que el ciego de nacimiento sufría las consecuencias del pecado de sus padres. Es curioso, porque solemos decir de los padres que tienes hijos difíciles… “Ahí las va a pagar todas”. ¡Cuánta ignorancia!

Hermanos y hermanas, debemos recordar que Dios es Justo pero también es la Misericordia misma. Ciertamente, cada individuo debe enfrentar las consecuencias y/o resultados de sus actos, mas no necesariamente como un castigo. Además, la felicidad plena y eterna no está en este mundo, aunque debemos comenzar a experimentarla aquí. Dios permite en nuestras vidas todas las experiencias necesarias para que nos santifiquemos, y hay que aprovecharlas. Debemos aprender a ofrecer pequeños sacrificios de amor en reparación de nuestros pecados o por la salvación de otros. Esta lección la he aprendido de los niños videntes de la Virgen de Fátima. Unos sencillos niños movidos por el amor a Dios y a los hombres y mujeres.

Así que cuando estés atravesando una prueba muy grande encomiéndate a Dios. Pídele que derrame los dones de Su Espíritu sobre ti, y te dé Su Paz. Ofrécele tus dificultades y ruégale que te purifique a través de ellas. Ten seguro que El Enjugará Tus Lágrimas, y al final te dará la victoria. Padre Pío nos enseña a orar, tener fe y no preocuparnos… Y, como me enseñó mi abuela: “Tranquilo, Dios no deja a sus hijos en vergüenza.” Esto se cumplió en nuestro héroe pues, “Yahvé bendijo a Job más que al principio…”

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