Oficialmente hemos comenzado la Semana Santa con el llamado Domingo de Ramos. Reflexionando sobre el texto de San Marcos capítulo 11, versículos del 1 al 10, que narra la entrada triunfal de Jesús a Jerusalén, meditamos en un personaje que casi pasa desapercibido: el borrico (asno, burro). Jesús ya sabía de su existencia. Sabía dónde y cómo se encontraba. Y lo manda a desamarrar para valerse de él, y así entrar a la gran ciudad. De la misma forma, nosotros hemos sido escogidos por Dios para una gran misión: llevar a Cristo a los demás.Pero así como el borrico es un animal torpe, terco, obstinado, necio, y difícil de montar, nosotros también asumimos estas actitudes cuando el Señor nos llama a servir. ¿Cuántas veces, creyéndonos poca cosa y desconfiando de la misericordia de Dios, nos volvemos tan "cabezi-duros" como un mismo borrico?
Más Dios nos ama tanto que aún así nos utiliza como sus instrumentos. Entonces, cuando permitimos que se cumpla en nosotros la voluntad de Dios vamos experimentando sus maravillas y vamos cosechando frutos. Y se nos inflama el corazón al ser parte de su plan divino.
Al entrar en Jerusalén, y escuchar tantas alabanzas, ver tanta algarabía y excitación, caminar sobre mantos y ramas que colocaban a su paso, el borrico debió haber "pensado" (de haber podido) que toda esa alegría se debía a él, caminando así con gran orgullo y emoción. Hermanos y hermanas, ¿cuántas veces al observar nuestros logros, nuestros éxitos, nuestras bendiciones llegamos a pensar que todo el crédito es nuestro y de nadie más? ¿Cuántas veces hemos clamado al Señor por su auxilio, y cuando todo va bien lo olvidamos?
Cuando cumplamos con nuestra misión de evangelizar, de llevar a Cristo a los demás, y comencemos a experimentar la grandeza del Espíritu, recordemos que las palabras: "¡Hosanna! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor!..." eran para Cristo no para el borrico.
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