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Amigos continuamos en el tiempo de Pascua donde la liturgia eclesial nos invita a dedicar unas horas o semanas a profundizar en la resurrección de Cristo Jesús, meditando su misterio y tratando de vincular intensamente con él nuestra vida espiritual.
En el tiempo de Adviento-Navidad celebrábamos la venida del Hijo de Dios a nuestro mundo de pecado, para redimirnos. En semanas posteriores acompañábamos a Jesús en el camino de la Evangelización. En la Cuaresma y Semana Santa contemplábamos al Siervo de Dios, a Jesús Mesías, avanzando por la calle de la Amargura en dirección al Calvario y a la muerte, ofreciéndose por nosotros. Y, tras la muerte, estamos cantando a gloria en la Pascua de Resurrección.
Detengámonos, pues, ahora a reflexionar, con sincero afecto y gratitud, dejándonos llevar de la mano por san Pablo, sobre el misterio y el sentido de nuestra vida en Cristo Resucitado, ya que todos los frutos de la redención se nos aplican a los creyentes cuando nos dejamos invadir y modelar por el espíritu de Cristo Resucitado.
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